Carisma
En la Escuela del Silencio, como don de Dios, hemos recibido de sus manos una inclinación hacia el silencio como medio muy poderoso para el encuentro con Él. Silencio que es presencia de Dios, que no está vacío, sino que permite experimentar la presencia viva y real del Señor, como lo vivió Elías en la montaña “Y vino el susurro de una briza suave” (1 Reyes 19, 12), pasaje que se puede traducir desde el hebreo como “la voz sutil del silencio”. Por eso, callamos para estar con Dios y para amar a Dios. Hacemos del silencio una oración, el cruce y comunicación de interioridades, es un hablarse sin hablar.
En nuestro apostolado aprovechamos los beneficios del silencio para llevar a cabo otras prácticas espirituales como oración mental, meditación, contemplación, adoración eucarística, oración con los iconos, introspección, (conocimiento de sí mismo), reflexiones, etc. Y nos valemos de éste para vivir mejor los actos litúrgicos.
El silencio más fecundo y enriquecedor es el que realizamos en el encuentro con Jesucristo a través de su Palabra, sin duda alguna la Lectio Divina acompañada de un imperante silencio es una de las experiencias más maravillosas, pues el corazón silencioso está más dispuesto a recibir la Palabra de Dios.
Hemos aprendido que el silencio no es la ausencia de las palabras, sino más bien el descanso de la Palabra para que después salga con más fuerza. Experimentamos que a medida que se avanza, el silencio va adquiriendo más tiempo he importancia que nuestras palabras, porque en el guardamos la Palabra.
Nosotros deseamos seguir el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo que después de largas jornadas en las que recorría el territorio de Israel, se retiraba a las montañas a solas a orar en intimidad con el Padre, para después continuar con el anuncio del Reino. Así mismo, nosotros en nuestra vida cotidiana buscamos esos espacios a solas y de intimidad con el Señor, para luego continuar con la tarea de la evangelización.
Rehma
La Lectio Divina (Antigua)
En la Escuela del Silencio sentimos un llamado profundo de Dios a rescatar y engrandecer la Lectio Divina como se practicaba en la antigüedad y nos esforzamos para conservar su pureza e importancia. Además, aprovechamos muchísimo el silencio para favorecer el encuentro con la Palabra.
En la Escuela del silencio practicamos la Lectio Divina muy semejante a como la realizan los monjes, sobre todo los antiguos, manteniendo su sentido original para evitar suplantarla por la «oración mental», ejercicio independiente que es llamado «lectura espiritual». Evitamos que la lectio se convierta en lectura bíblica de sentimientos con divagaciones piadosas o introspección psicológica.
El Espíritu Santo a través de la gracia nos ayuda en nuestro carisma a practicar y proponer la Lectio como una manifestación de la verdad de la Palabra que está inundada de la presencia de Dios, que habla y transforma, que impulsa al hombre a construir su vida, pues está no se dedica a contar historietas.
Este encuentro con la Palabra de Dios debe practicarse bajo el magisterio de la Iglesia para evitar falsas interpretaciones y desviaciones.
Presencia
Beneficios del Silencio
Encuentro profundo con Dios.
Docilidad a las mociones del Espíritu Santo.
Permite escuchar la voz de Dios.
Vuelve al hombres contemplativos.
Ayuda a practicar la humildad.
Fortalece la prudencia.
Conocimiento de sí mismo.
Hace del cristiano un hombre de oración.
Prepara para la misión a la cual fuiste llamado.
Docilidad a la gracia de Dios.
Imitación al Inmacuado corazón de María.
Ayuda vivir con más profundidad la liturgia.
Mística
Oración
«La experiencia de la oración se parece a la de la amistad. En los comienzos, sientes la necesidad de comunicar a tu amigo muchos pensamientos y sentimientos y, poco a poco, las palabras disminuyen para mantenerte en un profundo silencio ante el otro. Lo mismo sucede en la oración;: a medida que avanzas, el silencio va adquiriendo más tiempo e importancia que las palabras. Todo tiene lugar en un más allá de las palabras y te basta una breve palabra de la Escritura para alimentar toda tu oración».
Jean Lafrance.